No encontrarán en Poemas en Hucha (Lima, Paracaídaseditores 2012) un Ícaro que busque llegar al sol, las alas no se le quemarán a Pedro Granados en tal intento; quizás mas bien podrán encontrar a Diógenes en su tonel, recostado sobre el piso, diciéndole a Alejandro Magno que lo único que quiere en el mundo es que se aparte para ver el sol, o que todos los escritores de la literatura peruana –que es lo mismo- se muevan, que mejor están las caderas de esa morena en bamboleo hipnótico, que ellos. Cito un fragmento de poemas en hucha:
“No he inventado ser peruano:/ nuestra cara de triste obligatoria. / Pero quiero inventar ser caribeño./ fulgor de culos macizos,/ de juego eterno y de alegría.”
Nada de “La Letra en que nació la pena” como dijera Vallejo. Pedro Granados también es peruano y poeta, pero no quiere llorar en sus poemas, ni quiere que lloren sobre ellos, definitivamente no es de esos vates que buscan crucificarse en sus escritos, por eso se desmarca de esa tradición con la cual no se identifica, por eso opta por el autoexilio, que no consiste únicamente en salir del país, sino en voltear la mirada hacía otras tradiciones literarias, más cálidas. No quiere ser parte de esta pléyade de escritores en mayúsculas que ensanchan los anales de la literatura peruana. NO BUSCA LA VOZ. El tiene su propia voz y su aventura, Odiseo que no anhela regresar a Ítaca, y prefiere quedarse en la isla de Circe donde llueve y el sol tosta la piel y las mujeres se ofrecen como un deseo cumplido. ¡Qué feliz se siente en estas latitudes! ¿Para qué volver?
Lo abandona todo para entregarse al país del tacto. El trópico como realidad y destino. Para ello, deja su casa, abandona a su familia, deja a sus estudiantes que lo esperan en el aula, para buscar su felicidad. Cito otro fragmento:
“Por consideración con mis estudiantes/ No enseñare más/ Por compasión con ellos/ no me verán más en el aula”/ He comido del fruto prohibido”/ Que le vamos hacer/ He desflorado/ Y tenido en una sola mano/ La cabeza atónita/ De la medusa.
Este sujeto poético, sátiro la mayoría de las veces, se entrega a la vida a toda hucha. Holograma herzoggiano, Fitz sobre un monte de Venus, brota del espíritu, como el grito de Triana cuando avistó ¡tierra! junto a esos navegantes que fueron por El Dorado, con la obsesión de una moneda de oro hundida en la frente, coleccionando poemas, como aerolitos hallados en una playa soñada, o en la misma cama de Gauguin junto a siete tahitianas.
Me enhucho: “Los pájaros volaran a través de el”.