sábado, 29 de diciembre de 2012

Reseña sobre “Piedralaventanaelcielo” de Pablo Salazar Calderón. La Plástica de las Transformaciones de la Palabra. Por: Gonzalo Valdivia Dávila




Desde que nació la poesía, quizás dedicada a evocar númenes tutores de la vida del hombre, o explorar las fuerzas desconocidas que llevaban al ser humano a decir su sentir de una forma que cambiaba el curso de la comunicación inmediata, se consideró al poeta un artesano de la palabra. Es en esta lid contra el discurso peculiar de las masas que no se rebelan ante su sino, ni les preocupa revelar su ser, que ubico la actividad creadora de Pablo Salazar Calderón Galliani (París, 1978), labor que tiene sus frutos en un poemario al cual quiero hacer justicia, “Piedralaventanaelcielo”, acotando sus influencias y motivaciones, que demuestran el trabajo febril de su autor, sin cejar en el cometido de diferenciar su voz, de la de sus maestros y aun contemporáneos.
El título de este libro tiene estructura de haiku, pues bien podrían ser tres versos que nos transmiten la necesidad de romper con las fijaciones del vidrio con que enfocamos nuestro mundo, para de un solo golpe alcanzar vuelo de altura en el arte de la poesía. El poeta se ha nutrido de la precisión de blanca Varela en la primera parte de su libro, “La Noticia Fantasma”, pero como ya sabemos de cierta economía del verso en nuestra laureada poeta peruana, Pablo ha recurrido a la influencia de Antonio Cisneros para buscar confesar sus visiones del arte mediante el coloquialismo, sin que por ello, su lenguaje pierda sentido críptico.
Esta primera sección del libro también se nutre del malditismo de Henri Michaux, con ciertas imágenes fuertes, frías o algo chocantes, pero al mismo tiempo tomando distancia de la crudeza original del poeta belga, lo mismo podría decirse de otra de sus fuentes tanáticas, Leopoldo María Panero, a quien puede seguir el hilo de tristeza, pero sin convertirla en honda desesperación, o especular con las imágenes eróticas que irrumpen en la lectura sin mayor provocación a los sentidos, para no copiar la locura del verso aglutinante de este vate español. Esta es una primera piedra, un primer lance contra varias ventanas o miradores del panorama poético, para buscar un equilibrio aún frente a las tendencias de vanguardia experimentales y tomar como escritor un cauce natural para su imaginario.
De modo análogo a como el “I Ching” sugiere las transformaciones de los elementos del cosmos y sus combinaciones aleatorias o yuxtapuestas, Pablo Salazar Calderón trabaja con materiales maleables, dúctiles, capaces de ser impregnados de su voz, para apropiarse del legado de sus maestros, cercanos o distantes, pero cambiando el tono, a saber, frente a los autores contestatarios al canon como Zurita, Panero o Michaux, retomarlos lúdicamente a fin de compartir un mensaje que suene menos agresivo que el de ellos, pero no por ello menos vital. En poemas como “Altar”, figura el paso del tiempo y la playa como imagen perenne en este autor, donde el paisaje poblado de ratas recuerda la culpa de pasados descuidos, no en su poesía, sino en algún supuesto episodio biográfico, ilustrado por una escena que recuerda el templo abandonado y sucio de Pachacámac, que hallaron los conquistadores españoles. Por otro lado, en su poema “La mosca” se ve la resistencia  a la locura, al embate de la ruina o el fracaso de un amante que orbita a su amada, dejando un eco mínimo de la presencia del yo en ella. Su poema “Cronos” es bastante vallejiano, pues la necesidad del hambre de nuevas experiencias redunda en la soledad del poeta ante el tiempo ineludible que lo va a regresar abruptamente a la realidad. Luego “Cailloma” es la composición más sexuada del libro, donde el eros masculino toma formas freudianas como pescado, para impregnar de olores y materia contingente los versos.



La segunda parte, “Crayola negra” emula la vitalidad de Federico García Lorca, al mismo tiempo con este ejemplo, el poeta busca pintar dejando bien marcadas sus imágenes de miedos o deseos oscuros confrontados con el mundo físico; así el poema “Yute” es como el arte poética de este libro, una defensa del verso libre, en la forma de un  tejido duro y resistente, pero lo suficientemente flexible para ser recipiente y saco de diversas influencias, las cuales si lo desgarran, permitirán brindar un fruto sublime, de esa tela humilde que simboliza las muchas horas que el poeta se sienta a escribir, dejando de vivir para la tribu, o quizás viviendo más intensamente, el proceso de transformación plástica de sus imágenes.
“Alumbramiento” retoma el hilo del haiku, revelando un camino que es más un encuentro con el miedo, situación inevitable para cualquier poeta que actúa para afirmar su presencia en el escenario de las letras y combatir el olvido. En “Orfeo” todos los recuerdos tienen capacidad de renacer, pues se hacen niños en tanto llaman al juego con el lenguaje, y es aquí donde reluce una habilidad de Pablo, su uso del oxímoron en “venenoángel”, que se ha vuelto en su composición bastante plástico y natural. Es la línea de la regresión a la infancia, también en “Mambrú” con un tinte de anacronismo hacia la post modernidad en la imagen del tren bala. Pero no solo los viajes de la invención de Pablo Salazar Calderón ocurren en esta locomoción, también en los frágiles caballitos de totora de su poema “Viajabas”, donde evoca a los hombres de la cultura Mochica. Esta segunda sección termina con “El abuelo Colón”, un enlace del poeta a su familia ecuatoriana, donde la piedad filial se hace virtud de poesía y motivo de compartir un itinerario o viaje personal.



La tercera parte del poemario “Como inquieta naturaleza revivida” es una sección que evoca la música como compañera de la biografía del autor, tanto en “Bethoviano”, donde la música clásica se identifica con el legado de Europa para los poetas latinos, a modo de recurso para apuntar al cielo de una poesía que no cesa de buscar traspasar sus límites y fronteras; y “Videamos en Fitzcarraldo”, donde las melodías se hacen más naturales, desde el viento que modela la flauta, al canto de los pájaros y “las aguas líricas”. Finalmente, en “Pasó un poema” , el poeta retoma la forma de arte poética pero combinada con un balance e introspección de su propio arte, para dejar zanjadas dudas sobre su estilo, sus motivaciones estéticas, o la biografía artística que él desea compartir; pero también para cerrar con una buena noticia “Pasó que no es tarde” para que el autor siga escribiendo, transformando los materiales y elementos de los maestros que selecciona y con quienes se identifica, de acuerdo a su voz, a su plástica verbal, en lo que deberá reportarle otro libro más, de un paciente trabajo órfico de la palabra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario