Desde que nació la
poesía, quizás dedicada a evocar númenes tutores de la vida del hombre, o
explorar las fuerzas desconocidas que llevaban al ser humano a decir su sentir
de una forma que cambiaba el curso de la comunicación inmediata, se consideró
al poeta un artesano de la palabra. Es en esta lid contra el discurso peculiar
de las masas que no se rebelan ante su sino, ni les preocupa revelar su ser,
que ubico la actividad creadora de Pablo Salazar Calderón Galliani (París,
1978), labor que tiene sus frutos en un poemario al cual quiero hacer justicia,
“Piedralaventanaelcielo”, acotando sus influencias y motivaciones, que
demuestran el trabajo febril de su autor, sin cejar en el cometido de
diferenciar su voz, de la de sus maestros y aun contemporáneos.
El título de este
libro tiene estructura de haiku, pues bien podrían ser tres versos que nos
transmiten la necesidad de romper con las fijaciones del vidrio con que
enfocamos nuestro mundo, para de un solo golpe alcanzar vuelo de altura en el
arte de la poesía. El poeta se ha nutrido de la precisión de blanca Varela en
la primera parte de su libro, “La Noticia Fantasma”, pero como ya sabemos de
cierta economía del verso en nuestra laureada poeta peruana, Pablo ha recurrido
a la influencia de Antonio Cisneros para buscar confesar sus visiones del arte
mediante el coloquialismo, sin que por ello, su lenguaje pierda sentido
críptico.
Esta primera
sección del libro también se nutre del malditismo de Henri Michaux, con ciertas
imágenes fuertes, frías o algo chocantes, pero al mismo tiempo tomando
distancia de la crudeza original del poeta belga, lo mismo podría decirse de
otra de sus fuentes tanáticas, Leopoldo María Panero, a quien puede seguir el
hilo de tristeza, pero sin convertirla en honda desesperación, o especular con
las imágenes eróticas que irrumpen en la lectura sin mayor provocación a los
sentidos, para no copiar la locura del verso aglutinante de este vate español.
Esta es una primera piedra, un primer lance contra varias ventanas o miradores
del panorama poético, para buscar un equilibrio aún frente a las tendencias de
vanguardia experimentales y tomar como escritor un cauce natural para su
imaginario.
De modo análogo a
como el “I Ching” sugiere las transformaciones de los elementos del cosmos y
sus combinaciones aleatorias o yuxtapuestas, Pablo Salazar Calderón trabaja con
materiales maleables, dúctiles, capaces de ser impregnados de su voz, para
apropiarse del legado de sus maestros, cercanos o distantes, pero cambiando el
tono, a saber, frente a los autores contestatarios al canon como Zurita, Panero
o Michaux, retomarlos lúdicamente a fin de compartir un mensaje que suene menos
agresivo que el de ellos, pero no por ello menos vital. En poemas como “Altar”,
figura el paso del tiempo y la playa como imagen perenne en este autor, donde
el paisaje poblado de ratas recuerda la culpa de pasados descuidos, no en su
poesía, sino en algún supuesto episodio biográfico, ilustrado por una escena
que recuerda el templo abandonado y sucio de Pachacámac, que hallaron los
conquistadores españoles. Por otro lado, en su poema “La mosca” se ve la
resistencia a la locura, al embate de la
ruina o el fracaso de un amante que orbita a su amada, dejando un eco mínimo de
la presencia del yo en ella. Su poema “Cronos” es bastante vallejiano, pues la
necesidad del hambre de nuevas experiencias redunda en la soledad del poeta
ante el tiempo ineludible que lo va a regresar abruptamente a la realidad.
Luego “Cailloma” es la composición más sexuada del libro, donde el eros
masculino toma formas freudianas como pescado, para impregnar de olores y
materia contingente los versos.
La segunda parte,
“Crayola negra” emula la vitalidad de Federico García Lorca, al mismo tiempo
con este ejemplo, el poeta busca pintar dejando bien marcadas sus imágenes de
miedos o deseos oscuros confrontados con el mundo físico; así el poema “Yute”
es como el arte poética de este libro, una defensa del verso libre, en la forma
de un tejido duro y resistente, pero lo
suficientemente flexible para ser recipiente y saco de diversas influencias,
las cuales si lo desgarran, permitirán brindar un fruto sublime, de esa tela
humilde que simboliza las muchas horas que el poeta se sienta a escribir,
dejando de vivir para la tribu, o quizás viviendo más intensamente, el proceso
de transformación plástica de sus imágenes.
“Alumbramiento”
retoma el hilo del haiku, revelando un camino que es más un encuentro con el
miedo, situación inevitable para cualquier poeta que actúa para afirmar su
presencia en el escenario de las letras y combatir el olvido. En “Orfeo” todos
los recuerdos tienen capacidad de renacer, pues se hacen niños en tanto llaman
al juego con el lenguaje, y es aquí donde reluce una habilidad de Pablo, su uso
del oxímoron en “venenoángel”, que se ha vuelto en su composición bastante
plástico y natural. Es la línea de la regresión a la infancia, también en
“Mambrú” con un tinte de anacronismo hacia la post modernidad en la imagen del
tren bala. Pero no solo los viajes de la invención de Pablo Salazar Calderón
ocurren en esta locomoción, también en los frágiles caballitos de totora de su
poema “Viajabas”, donde evoca a los hombres de la cultura Mochica. Esta segunda
sección termina con “El abuelo Colón”, un enlace del poeta a su familia
ecuatoriana, donde la piedad filial se hace virtud de poesía y motivo de
compartir un itinerario o viaje personal.
La tercera parte
del poemario “Como inquieta naturaleza revivida” es una sección que evoca la
música como compañera de la biografía del autor, tanto en “Bethoviano”, donde
la música clásica se identifica con el legado de Europa para los poetas
latinos, a modo de recurso para apuntar al cielo de una poesía que no cesa de
buscar traspasar sus límites y fronteras; y “Videamos en Fitzcarraldo”, donde
las melodías se hacen más naturales, desde el viento que modela la flauta, al
canto de los pájaros y “las aguas líricas”. Finalmente, en “Pasó un poema” , el
poeta retoma la forma de arte poética pero combinada con un balance e
introspección de su propio arte, para dejar zanjadas dudas sobre su estilo, sus
motivaciones estéticas, o la biografía artística que él desea compartir; pero también
para cerrar con una buena noticia “Pasó que no es tarde” para que el autor siga
escribiendo, transformando los materiales y elementos de los maestros que
selecciona y con quienes se identifica, de acuerdo a su voz, a su plástica
verbal, en lo que deberá reportarle otro libro más, de un paciente trabajo
órfico de la palabra.
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