GRITA
por Andrea Cabel
por Andrea Cabel
A primera vista, los cuervos son oscuros como las sombras, como el miedo. Sin duda, un terrado cubierto de sombras no es una imagen que aliente la lectura o a un clima acogedor, capaz de infundir confianza en un lector que se inicia en esta particular poética. El vértigo es la sensación que cubre estos ocho textos, el vértigo y la impotencia, el “apenas” que reina en todos los versos, y que hace que los poemas cuelguen y dejen al lector desencajado, intentando encontrar otro orden, otra fuerza, lo que nos obliga a retomar la lectura y a no dejarnos llevar por una primera impresión.
En el terrado no hay cielo, no hay mar, no hay un espacio para alzar vuelo. Todos los lugares aparecen reunidos en un mismo punto, que puede ser la memoria, el hermético recuerdo de lo que resurge con otros nombres. En este espacio, alguien explora su mente y sus defectos, explora sus tropiezos y esa profunda timidez que se siente al reconocerse como propio. En esta entrega, algo aparece como manchas reptando los tobillos y que por momentos sucede con el nombre de enfermedad. Luego, aparece nuevamente, llamándose “la palabra nadie” e invoca claramente “un mundo con los huesos rotos”, “un silencio lila que se recupera”.
La intensidad no fluye a primera vista, sino siguiendo el curso de esta sensibilidad angustiada. Asimismo, la fuerza del desamparo se hace contundente, sobre todo al notar que existe solo un personaje en el transcurso de los versos, solo uno que se enfrenta a sí mismo, y que para ello no utiliza al amor ni a la pasión, sino a sus propias alas que son su propia imposibilidad. Del amor solo tenemos un recuerdo sutil de escenas y semillas frías. Así, la lectura nos reencuentra en este “casi” que nos induce hacia la impoluta sensación de estar solos y estancados, atrapados en una resortera oscura, en una vida enjaulada en una autopista blanca. El sujeto poético palpita a oscuras y no utiliza ninguna máscara para ello, el hermetismo de sus versos no implica distancia de lo que sucede, “jadeo sudo enfebrezco muerdo”. El sujeto poético está vivo y se aferra a un baúl lleno de prendas blancas. Se aferra en un ejercicio preparatorio al vuelo, calcula la caída y se queda quieto, calcula el vértigo y sin moverse, escucha esa cruz que aparece a modo de noticia fantasma, escucha esa triste melodía de unos huesos sin origen, se cuestiona, y aparecen invisibles, las palabras escondiendo los poemas, el nacimiento propio y ajeno, la maternidad o paternidad sugiriendo semillas y origen se cuelan entre los versos y los poemas van desterrando las palabras para que finalmente, alumbre la angustia y sobrevuele lentamente un pensamiento que se extiende como el miedo, como la temperatura en una linterna / encendida.
Las criaturas de vuelo y aire, alistan sus alas y miran hacia la distancia que cuelga de su altura, el camino, larguísimo como un poema y brevísimo como el mismo, encaja en una noche nueva, “a penas las altas gotas del sueño // lentas // y gigantes // contra el empeine de mis abismos” despegan.
Pablo Salazar Calderón
Terrado de Cuervos
Serie insular / Tranvías Editores
Lima, 2008
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